Instalación de dos piezas formadas cada una por un cubo de tres caras de tabla demadera, espejo, retrato de pintura y rotulador acrílico sobre papel Papel Fabriano “Pittura”400 g/m2 montado en bastidor de madera.Total Instalación: 126x35x28 cm.
La instalación que he creado busca experimentar el concepto de Interdependencia , que
corresponde a la dinámica de ser mutuamente responsable y de compartir un conjunto
común de principios con otros. La instalación que he creado une esta idea a la problemática
cotidiana de la violencia de género y para ello he contado con la participación de la
Asociación de Mujeres contra el Maltrato (MUM). Con ellas, por las particularidades de
haberse visto sometidas a situaciones de violencia, se dificulta la tarea de representar un
rostro que no quiere, no debe o no puede ser mostrado de forma convencional. La
singularidad del contexto y las vivencias del otro exige un replanteamiento de las formas
tradicionales de exposición.
La obra consta de dos retratos que se construyen cada una en un cubo de cuatro caras. Las
imágenes permanecen ocultas y es, a través de dos agujeros, que crean, como en la
instalación de Duchamp Étant donnés, un deseo de superar el sistema de ocultamiento
construido, es posible observar el interior de las cajas, donde nuestros ojos coinciden con
las pupilas de la retratada y donde, a partir del reflejo en un espejo que produce un
extrañamiento y una pausa para la reflexión,nos observamos a nosotros mismos como
portadores de su rostro. Accedemos, a un diálogo personal donde el ver y el ser se
convierte en una unidad. Ya no somos los meros espectadores que contemplan, desde
fuera, sino sujetos que experimentan, de manera individual, lo impresentable e
irrepresentable de la violencia de género.
De modo semejante a algunos trabajos del artista chileno Alfredo Jaar, mi proyecto pone en
cuestión los sistemas de representación, en los que la inclusión de una imagen se realiza no
de manera inmediata sino desde una recepción indirecta de la misma, lo cual hace posible
intuir la violencia invisible que una imagen emitida en los lenguajes públicos establecidos
sería incapaz de mostrar, pues ellos mismos son generadores y, al mismo tiempo,
silenciadores de lo que producen.
Pero la inserción del espectador como partícipe de la obra no concluye en la
experimentación de la misma. Y es que el terreno de lo visual se traslada al ámbito del
lenguaje cuando los visitantes, tras vivenciar la obra, deben construir un relato que dé
testimonio ante aquellos que no han participado de la misma como experiencia única e
individual. ¿Cómo narrar a los otros lo visto? Es cuando percibimos, en el intento de
enunciar y estructurar nuestra narración, que el lenguaje y la sintaxis instituida como
comunicación no basta para expresar el acontecimiento traumático, haciendo necesaria la
creación de nuevos lenguajes y vías alternativas a los ya históricamente impuestos, que
permitan espacios de acogimiento, visibilización y superación de las problemáticas
derivadas de la violencia estructural.